En los últimos años, la panela se ha convertido en una buena alternativa para los que buscan endulzar sus bebidas de una forma más «natural» y saludable. Deriva de la caña de azúcar y ha logrado ganar terreno frente al azúcar blanco gracias a su imagen de producto menos procesado y, por tanto, aparentemente más sano.
¿Es realmente así?
La panela se produce mediante la cocción y evaporación del jugo de caña de azúcar sin refinar, que cristaliza en mezcla densa que luego se vierte en moldes. A diferencia del azúcar refinado, esta mantiene su color oscuro intenso, lo que alimenta la percepción de ser un producto más natural y nutritivo.
Sin embargo, no es tan cierto. El color se debe únicamente a que no pasa por un proceso de refinado, por lo que conserva las impurezas presentes de forma natural en el jugo de caña. Y es que, nutricionalmente hablando, panela y azúcar son prácticamente idénticas. Especialistas señalaron que entre el 90 y el 99% de su peso son azúcares, por lo que a efectos nutricionales es similar al azúcar refinado.

Es cierto que conserva pequeñas trazas de nutrientes como calcio, hierro o potasio, pero en una cantidad muy pequeña. Para que su aporte fuera significativo habría que consumir grandes cantidades, lo cual supondría un riesgo para la salud por su alto contenido en azúcares.
Incluso, un consumo excesivo se asocia a mayor riesgo de obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y otras dolencias. Por ello, la Organización Mundial de la Salud recomienda limitar la ingesta de azúcares añadidos al 10% de la energía diaria en adultos y solo al 5% en niños. Una recomendación que afecta por igual al azúcar refinado y a la panela.
Entonces, ¿merece la pena optar por la panela frente a otros edulcorantes?
Nutricionalmente hablando, la panela y el azúcar son prácticamente idénticos, pero difieren en características como la textura, el dulzor y el sabor. En ese sentido, apostar por la panela puede ser una forma de endulzar sin renunciar por completo al gusto por los sabores más naturales. Siempre y cuando, eso sí, su consumo se mantenga dentro de los límites saludables recomendados.